viernes, 5 de junio de 2009

Papá desde allá.

Me desperté consternada por la melodía del despertador; no hay forma de obtener el primer sonido del día, sereno... Es mas bien un chillido de espamos en el interior de la tecnología.
Pero bien, es después de todo gracias a él, que cada mañana no me quedo dormida en la cama y me levanto para la rutina de la universidad.
Hoy me voy con mi papá, en micro. No tenemos auto y no me importa, disfruto del tiempo - poco tiempo - en que estoy con él; y si es en una micro, qué mejor. El transporte público atestado de humanidad; los rostros consumados de día anterior, con sueño, con pesadillas oscurecidas, con ojos negros, mejillas ruborizadas... La típica señora gorda, que despierta de mal humor siempre, es como su manera de ser casi; ahí odiosa, busca un asiento y si alguien no se lo da, comienza con las indirectas más que directas, y te intimida tanto que para que no siga al límite de estar completamente sobre ti; te levantas y se lo das. Te sientas en el suelo o en la escalera, y mejor ahí; dudo que la gordita se quiera sentar ahí...
El empresario corbatudo que no le alcanza el sueldo para el auto, o que simple: empresarialmente, prefiere el asiento férreo ante un cambio de precios en su ingreso líquido por la bencina que gastaría.
Y la niña que observa, que no deja de mirar a mi papá y a mí. Más a él en realidad, quizás lo encontró simpático, tal vez guapo (lo es).
Es una niña normal, debe tener mi edad e ir a la universidad en estos momentos, al igual que yo. Pero ella va sola, y sus ojos evidencian nostalgias pasadas, impotencias aprendidas y acostumbradas.
Tiene sueño, de pronto los ojitos se le entrecierran y a punto de caerse al piso; vuelve a abrirlos y me observa de nuevo. Quizás le gustó mi chaqueta cuadrillé, o mis pantalones turquesa. Sí, eso debe ser. Quizás le gusta el color turquesa, es poco común; pero a la mayoría de las niñas nos gusta el color turquesa...
Ahora trata de escuchar música, va de pie al igual que mi padre y yo. Pero algo le sucedió con los audífonos, así que guarda el aparato en su bolso calipso.
Sigue mirándonos, me intimida... Y posa su vista en mi padre; analiza cada uno de sus movimientos, seguramente ya aprendió cada gesto de memoria: no ha dejado de mirarlo y me está asustando.
Al fin se bajó; en departamental. Y cuando la micro pasó muy cerca de ella, volvió a mirar...
Quién sabe qué pensaría... Algo debe haber visto en mi papá, no sé qué.

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