Su mirada parecía hablarme y decirme un secreto con voz de te quiero. El mundo comenzaba y acababa en el brillo bicondicional, de los dos.
Hasta el día de hoy, es inevitable que sonriamos. Primero porque él sonríe, y su risa causa una sensación que nunca antes había sentido sólo por un rostro: Felicidad. Por eso, sonreimos ambos, y ambos también, no sabemos qué hacer después.
Yo intento desviar la vista, y tratar de hacer como si nada... Él no sé qué hace, yo tengo en otros lados la mirada.
Y de pronto el saludo, y aunque ya no haya por qué no hacerlo, el beso escasea. Quizás el tiempo que estamos esperando (después de las velas, seguramente y espero), haga normalidad.
Pero esa sonrisa, ese beso que no está y que debería, que quisiera, y que después cuánto anhelo y cuántas veces en el día. Y esas ganas de abrazarle, de mirarle los ojos, sus ojos miel.
Y a pesar de todo lo que sucedió, a pesar de lo mucho que me mentí con su querer, a pesar de la imposibilidad del comienzo, hoy todo es posible, y no sólo porquue antes fue la negación, sino porque, ahora... Ahora todo es posible con él, ahora nada es malo, nada es sufrimiento. Todo es bueno y felicidad. Ahora, después de tanto tiempo en que gracias a Dios, fuimos amigos. Porque en eso hoy, se basa nuestra relación.
Hoy soy feliz, y no hay ni tapujos ni contradicciones. SOY FELIZ. Y lo digo así, sin miedos ni remordimientos. SOY MUY FELIZ. Lo escribo, lo pienso y lo digo también; me haces extremadamente feliz, L.C!
(La entrada tiene una nueva etiqueta... ¿por qué?)
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