sábado, 16 de noviembre de 2019

Ya no era un sueño.

Primero lo soñé: la angustia, el miedo intenso, los pasos urgentes de escapar de los pacos. El sentimiento de acorralo, el grito ahogado del silencio al ver que venían avanzando y que no había alternativa.
Después una escopeta de frente a mis lentes amtibalines, y al mismo tiempo un compañero, un hermano en el suelo al que le sacaban la cresta entre cinco, y sin que alguien pudiera hacer nada para detenerlo.
La súplica tras los lentes, el mecanismo de la represión - la del inconsciente -, y el olvido de las descripciones, miedo ensordecedor.
Cuando los ojos dejaban de picar y disminuía el ardor de la piel, ya no era un sueño. Pero había certeza que bajo esa represión - la de los pacos -, alguien podía morir... Y se llamó Abel Acuña, y tenía un año más que yo. Y parecía mentira que la realidad también fuera pesadilla.