lunes, 27 de abril de 2009

San Agustín.

“Somos, conocemos que somos, y amamos este ser y este conocer. Y en estas tres verdades no nos turba falsedad ni verosimilitud alguna. No tocamos esto, como las cosas externas, con los sentidos del cuerpo… sin ninguna imagen engañosa de fantasías o fantasmas, estamos certísimos de que somos, de que conocemos y de que amamos nuestro ser. En estas verdades me dan de lado todos los argumentos de los académicos que dicen: “¿Qué? ¿Y si te engañas?” Pues si me engaño, existo (Si enim fallor, sum). El que no existe no puede engañarse, y por eso si me engaño, existo. Luego si existo, si me engaño, ¿cómo me engaño de que existo, cuando es cierto que existo si me engaño? Aunque me engañe, soy yo el que me engaño, y por tanto en cuanto conozco que existo, no me engaño. Como conozco que existo, así conozco que conozco. Y cuando amo estas dos cosas, les añado el amor mismo, algo que no es de menor valía. Porque no me engaño de que amo, no engañándome en lo que amo, pues aunque el objeto fuera falso sería verdadero que amaba cosas falsas” (La ciudad de Dios, XI, 26).

viernes, 10 de abril de 2009

Doce años...

No puedo creer que sean doce: Doce años...
He vivido más de la mitad de mi vida con esto (o sin esto) y aunque nisiquiera te recuerde, a mí me sigue recordando. Porque nunca pude pronunciar aquella palabra con total conciencia y convicción de que era aquel el nombre que yo debía darte.
Doce años desde que para mí el conocer es desconocer y de que cada sujeto con términos masculinos sea para mí el modo de tu reemplazo.
Y así, al situarme frente a tu ausencia, noto que dos partes de mí se vuelven débilmente frágiles; y les es inevitable expulsar el dolor que jamás podrá ser recompensado y el cariño que aunque siempre he buscado nunca llegará: Las lágrimas.