lunes, 27 de abril de 2009
San Agustín.
“Somos, conocemos que somos, y amamos este ser y este conocer. Y en estas tres verdades no nos turba falsedad ni verosimilitud alguna. No tocamos esto, como las cosas externas, con los sentidos del cuerpo… sin ninguna imagen engañosa de fantasías o fantasmas, estamos certísimos de que somos, de que conocemos y de que amamos nuestro ser. En estas verdades me dan de lado todos los argumentos de los académicos que dicen: “¿Qué? ¿Y si te engañas?” Pues si me engaño, existo (Si enim fallor, sum). El que no existe no puede engañarse, y por eso si me engaño, existo. Luego si existo, si me engaño, ¿cómo me engaño de que existo, cuando es cierto que existo si me engaño? Aunque me engañe, soy yo el que me engaño, y por tanto en cuanto conozco que existo, no me engaño. Como conozco que existo, así conozco que conozco. Y cuando amo estas dos cosas, les añado el amor mismo, algo que no es de menor valía. Porque no me engaño de que amo, no engañándome en lo que amo, pues aunque el objeto fuera falso sería verdadero que amaba cosas falsas” (La ciudad de Dios, XI, 26).
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario