"Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente su orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, las esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sentía balparamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias."
(Julio Cortázar)
Apenas él le besaba el cuello, a ella se le aceleraba el corazón y caían en estremecimientos, en salvajes respiros, en caricias exasperantes. Cada vez que él procuraba acelerar las circunstancias, se enredaba en un éxtasis quejumbroso y tenía que posarse de cara al corazón, sintiendo cómo poco a poco las venas se unían, se iban acelerando, hinchando, hasta quedar tendido como el sol de atardecer al que se le han dejado caer unas sombras de contraluz. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se sacaba los sostenes, consistiendo e que él aproximara suavemente sus manos. Apenas se rozaban, algo como un chispazo los envolvía, los cuestionaba y estremecía, de pronto era el amor, la exasperada unión de las pieles, la conmovedora entrada del orgasmo, los alivios del placer en una sobrehumana comunión. ¡Dios! ¡Dios! Exclamados en la atmósfera del sentimiento, se sentían tocar, lunas y soles. Temblaba el colchón, se vencían las ganas, y todo se resolvía en un profundo beso, en roces de cansadas manos, en caricias casi crueles que los separaba hasta el límite de las lágrimas.
(Javiera Cerda)
No he leido Rayuela, tampoco creo que lo haga. Pero ésta es la razón del por qué quería leerlo. Me trae recuerdos de Humanistas, donde inocentemente todos nos creiamos escritores y poetas; y nos obligaban a creerlo así. Sin embargo, yo era feliz haciéndolo... No había mayor competencia (sí la había, no tanto... pero la había), no existía vergüenza ante qué pensará el otro. Y todos teniamos el poder de crear, como quisiéramos, lo que nos pareciera. Nadie nos venía a hacer preguntas capciosas ni nos venía a poner a prueba. Este era Julio Cortázar para nosotros; el que describía el amor tal cual, puesto que el amor y el sexo; no tienen definición ni descripción posible. Así que por eso; mejor un lenguaje propio. A ver si se entiende.
Recuerdo que todos teniamos que leer el nuestro, y en ningún momento alguien coincidió con otro. Es que somos diferentes; cada ser humano es diferente a otro. Por eso, el entendimiento cambia también. Y el escritor se vuelve ceniza ante sus palabras, es lo único que queda. Y si nunca leiste su biografía, su contexto, si nunca supiste qué le sucedía en pensamientos y en el dolor; nunca podrás responder a la pregunta: ¿cómo escribe Julio Cortázar?
Usted acabó conmigo y con mi escaza literatura.
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