lunes, 15 de febrero de 2010

Ya no parece.

Parece que él no entendió que en ese instante preciso el libro se cerraba, se había cerrado, estábamos en la última página cuando me dijo ¿sabes qué? y cuando me lo confesó, ya no habían páginas; sólo ansias de quemarle a las páginas del libro y a él también...
Parece que él no entendió que ya no quería verle, que no necesitaba una aparición desprovista de disculpas, que no me importaría cuánto tiempo había esperado, que hubiese preferido que gritase, que avisara que estaba; por lo menos podriamos conversar, decirle algunas cuantas palabras, como hace un año ya, cuando supe lo que había pasado el 3 de septiembre.
Parece que además del orgullo él tampoco aprendió a pedir perdón, creo que es también parte del orgullo sentir que nunca te equivocas, y no ceder.
Parece que después de esa agónica tarde sin despedidas la despedida se contuvo para ser eterna, para no dejar rastros, huellas ni trozos de ayer.
Parece que desde ese instante se marcó un antes y un después, cuando no dejé que me tocara ni siquiera la cintura que tanto le gustaba hace un mes, hace menos de un mes y seguramente todavía también.
Ahora no hay parece porque se acabó, ya no es parece, es decisivo.




Tengo que comprender, no es eterna la vida, el llanto en la risa allí termina.
Creía que el amor no tenía medidas, o dejas de querer; tal vez otra mujer.
Y olvidé aquello que una vez pensaba, que nunca acabaría, nunca acabaría...
Pero sin embargó terminó.
Todo me demuestra que al final de cuentas, termino cada día, empiezo cada día,
creyendo en mañana fracaso hoy.


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